lunes, 28 de abril de 2014

GANADORES DEL CONCURSO DE RELATOS 2014




  Con motivo de la celebración del Día del Libro se hicieron entrega de los premios del concurso de relatos cortos organizado por el Departamento de Lengua Castellana y Literatura de nuestro centro.

 Los ganadores de dicho concurso son:

1) Modalidad A (1º/2º de la ESO): Samuel de la Prida González, “El Rescate”.   

2) Modalidad B (3º/4º de la ESO): Francisco José García Díaz, “Mariposa monarca”.

3) Modalidad C (Bachilleratos): Miguel Ángel García Torres, “Lucharemos hasta el final”.


  Enhorabuena a los ganadores y animamos a que haya una participación mayor en futuras convocatorias.






EL RESCATE

  
  Como cada día, desde hacía cinco años, Xenel se levantaba al amanecer para ir al viejo roble del bosque de Godërmon donde vivía su amigo Vanac.
Xenel era un gnomo de 290 años que había vivido junto al rey Enelman ya que había salvado a la esposa del rey de la malicia de los trolls. Xenel siempre vestía con un gorro verde y unos pantalones azules. Vivía en el bosque de Godërmon junto con su esposa Svala desde hacía 175 años. Su mejor amigo habitaba en el árbol con más años del bosque. Había sido un guerrero especializado en misiones difíciles en los confines del reino por lo que llevaba la orden del reino de Strastey grabada en su blusa.

    En el reino, había todo tipo de árboles y animales con un clima frío en invierno y templado en el estío. Predominaban los grandes lagos y caudalosos ríos que serpenteaban entre los frondosos bosques y fértiles llanuras y los fuertes vientos del invierno hacían la vida casi imposible en esa estación.
Esa mañana, Xenel salió silenciosamente por la puerta oculta del abeto donde vivía y fue a visitar a su amigo. Vanac era un gnomo que había vivido muchos años en el norte y que conocía a los humanos,  porque había vivido en una casa habitada por ellos durante muchos años. Más tarde había conocido a Xenel en Maribörg, la capital del reino. Cuando entró en la casa, Vanac no estaba y se sentó a esperarlo en la cocina. Pasados unos minutos alguien entró irrumpiendo en la estancia muy alterado. Era su amigo. Llevaba un sobre lacrado en la mano. Tras saludar cariñosamente a su colega y beber un trago de agua se sentaron en un cómodo sofá en el salón. Venec dijo:
−Lo que aquí ves es una carta desde la capital por orden del rey.

   Xenel dijo que la abriera y Vanac empezó a leer:

Queridos guerreros del reino de Strastey. Soy el rey Madroun II. Me dirijo a ustedes porque según las crónicas de mi abuelo el rey Enelman fueron  los guerreros más valerosos y fieles de su reinado. El motivo es que mi hijo, el príncipe Martrur, ha sido secuestrado por el reino enemigo de Malibar.
Entraron hace una semana en palacio tres guerreros disfrazados fingiendo ser unos mercaderes y aprovechando un descanso de la guardia real accedieron en la habitación del sucesor al trono y lo raptaron. Me han pedido un gran rescate por él. No sabía de su paradero hasta hacía unos días, ya que mis espías averiguaron que lo tienen encerrado en una prisión en el interior de una posada llamada “El Destino” cerca del castillo del malvado rey Coberguen.
Les encargo a ustedes la complicada misión de rescatarlo. Si consiguen salvar a mi hijo obtendrán una gran recompensa. La capital se encuentra a unos diez días del bosque donde viven y les envío un mapa con el recorrido que deben seguir y más instrucciones a seguir cuando estén allí. Les pido discreción y mucha astucia. Recuperen el honor de nuestro reino y ¡viva Strastey!:
                                         El rey Madroun II.

    Tras acabar de leer la carta, los dos amigos se quedaron reflexionando sobre la dificultad de la misión. El rey les había dado una gran oportunidad para volver al lugar donde estaban antes (habían sido generales de las tropas de Enelman) y decidieron partir a la mañana siguiente al alba. Para preparar las provisiones de tan largo viaje estuvieron toda la noche en el roble de Vanac y consiguieron terminar antes de que el sol empezara a aparecer por las altas montañas de Herdiborg.
Xenel volvió a casa a comunicarle la noticia a su esposa y ella, sorprendida, les deseó suerte. Mientras se alejaban se despidió hasta que Xenel y Vanac se convirtieron en dos puntos en las profundidades del bosque.
   En su recorrido, los gnomos tuvieron que atravesar todo el bosque. Llegaron a las montañas de Herdiborg a los cuatro días tras sufrir varios contratiempos. Habían recogido frutas del bosque y todavía les quedaban provisiones para un mes.
En estas bellas y altas montañas abundaban los bosques de coníferas y en sus cimas, a unos 3000 metros de altitud, había abundante nieve y poca vegetación. El río Wirfold formaba cascadas que caían a estanques y lagos con aguas cristalinas que se dirigían al mar de End.
Esa mañana, los dos guerreros subieron por las montañas atravesando el bosque menos arbolado a lo largo de un camino formado por hojas de pino. Llegaron a un llano y vieron que una gigantesca cascada les impedía el paso. Xenel sacó una cuerda para atarla a una piedra que llegaba a la otra orilla y aprovechando su pequeño tamaño pudo pasar por el borde de la cascada fácilmente. Se acordó cuando años atrás servía al rey Enelman. No había perdido la agilidad. Vanac, que era unos años mayor que él siguió tras sus pasos pero el agua lo empujó con tanta fuerza que se cayó. Pudo agarrarse a la cuerda mientras gritaba a su amigo:
−¡Auxilio, auxilio!

   Su compañero volvió atrás alarmado por los gritos del gnomo y lo agarró por la blusa hasta que lo ayudó a subir y pudieron proseguir con el viaje.
−¿Estás bien?−, le preguntó Xenel al darse cuenta de que tenía una herida en el brazo.
−Sí, aunque he perdido parte de las provisiones y la espada. Pero tengo la espada del rey que me dio como presente cuando llegué a ser general de sus tropas. Tiene más de 800 años. Perteneció a su padre, el rey Trevor, que consiguió tantas tierras para nuestro reino y que empezó a construir el gran castillo real en el que vive el príncipe.

−Espero que podamos proseguir nuestra aventura sin más sobresaltos y no perder más provisiones.− respondió Xenel.

  Vanac asintió con un gesto mientras la luna ya aparecía en el horizonte. Decidieron acampar en una gruta oculta entre las rocas y como hacía mucho frío hicieron un fuego para calentarse. Terminaron de comer las frutas que habían encontrado en el bosque de Gödermon y se acostaron para estar más descansados a la mañana siguiente. Les esperaba un día duro y con más problemas a la vista.
A la mañana siguiente, se levantaron muy temprano pero se encontraron con tres criaturas horripilantes que estaban hurgando en sus provisiones y se habían apoderado de ellas guardándolas debajo de unas piedras. Xenel se dio cuenta el primero y avisó a Vanac que se asustó de ver allí a unos trolls. El primero le mandó callar y decidieron esconderse para pensar en algo y poder recuperar sus cosas.
  Tras mucho cavilar pusieron unos cuantos alimentos al lado de una piedra. Los trolls repararon en ello y se sentaron recostados sobre unas rocas. Los dos amigos dejaron caer una red sobre ellos que estaba atada a los platos de la comida y las feas criaturas quedaron atrapadas.
Xenel recuperó todas las cosas y su compañero los ató con la cuerda que habían usado en el río para que no los siguieran. Gracias a la espera y la astucia se habían librado de sus enemigos y habían recuperado los víveres que les pertenecían. Aprovechando que los trolls habían dejado unos huevos de halcón, se los llevaron, cogieron algo de agua del río y salieron de las montañas , desde donde ya entonces les fue posible vislumbrar el paraje a donde se dirigían: una colina donde se alzaba la capital de Malibar.
  Llegaron a la ciudad cinco días después tras descender las montañas y atravesar una gran llanura llena de pastos y un canal que llevaba el agua que iba hasta la ciudad. Se disfrazaron de agricultores que llevaban verduras por todas las posadas y hostales de la ciudad (ya que los gnomos son vegetarianos). La guardia les registró pero no se dieron cuenta del mapa que llevaba Xenel de la ciudad y todos los pasadizos, calles y plazas por las que deberían pasar. Lo primero que pensaron fue andar por la ciudad pasando desapercibidos y después encaminarse a la posada. Xenel y Vanac fueron al mercado para ver como despistaban a la guardia ya que las calles que llevaban a la posada estaban vigiladas por un grupo de soldados. Compraron tres cuerdas y una red por si tenían que preparar una trampa y cuando estaban saliendo de allí tiraron dos o tres cajas de comida disimuladamente. Esto atrajo a la guardia y ellos les echaron la culpa a dos gnomos que estaban comprando en el puesto. La guardia los detuvo por desorden público ya que al pisar la comida se habían caído dos mercaderes. Xenel y Vanac pudieron pasar por las calles que llevaba a la hospedería y entraron en la  posada como repartidores de comida.
Ambos amigos saludaron al gnomo y le dijeron donde debían de poner la comida. Él dijo que no había encargado nada pero Xenel le respondió sin titubear que era un regalo del monarca. Dos soldados hacían guardia en una puerta que dirigía al sótano. En  cambio, Xenel y Vanac llevaron la comida al almacén que había en la planta superior. Dejaron la comida desordenadamente y cuando el posadero se agachó a colocarla le dieron un golpe con la espada en la cabeza y cayó al suelo sin sentido. Aprovecharon para atarlo y salieron de la estancia sin que los guardias se percataran. Los gnomos llenaron la red  de comida, la ataron y con su gran fuerza la tiraron sobre los guardias. Con el peso, los guardias se quedaron inmóviles y atrapados debajo de la red. Xenel y Vanac bajaron las escaleras, entraron por la puerta que dirigía a la prisión después de atar a los guardias y vieron al príncipe en una celda circular con una bandeja de comida vacía. Tras presentarse, los guerreros sacaron al príncipe subiendo la reja (que no estaba anclada al suelo) con una cuerda y salieron de allí después. En las instrucciones que había dado el rey junto con el mapa les dijo que dos guerreros de su bando estarían en el bosque más cercano a la ciudad con gorros verdes y ropa amarilla. Se dirigieron allí silenciosamente y conocieron a los dos gnomos. Uno de ellos dijo:
− Tenemos un carro con dos caballos en un establo cerca de aquí. La única manera de camuflaros, Alteza, es metiéndose en un gran saco hasta que salgamos de los dominios del reino de Malibar. Diremos a los guardias de la frontera que vamos a cultivar. El saco se colocará debajo de un compartimento abierto, lo suficientemente grande en el carro, pero oculto por Vanac y Xenel que se sentarán junto a su Alteza.

   Al llegar a la frontera los guardias los detuvieron para inspeccionar lo que llevaban en el carro y obligaron a los cuatro soldados a bajar del transporte. Cuando los guerreros iban a dar paso a los viajeros, el príncipe estornudó. Los guardias subieron otra vez al carro y abrieron el saco. Encontraron al príncipe y como llevaba las ropas reales, lo reconocieron, lo encadenaron y se lo llevaron de vuelta a la capital. Esta vez encarcelaron a todos en una misma celda en el castillo del rey para el juicio que iba a determinar si mataban al príncipe o no.
Mientras, en la prisión, Martrur, Xenel, Vanac y los otros dos soldados buscaban la forma de salir. Uno de los guerreros, Fíniler, se acordó de que llevaba un somnífero del mago de la corte (una especie de brujo médico de la familia real) y Xenel y Vanac concluyeron en que si tiraban el frasco podían dormir al carcelero y arrebatarle las llaves con una de las cuerdas que habían comprado en el mercado ese día por la mañana.
 
   Tras lanzar el somnífero, el carcelero perdió el conocimiento y cayó al suelo. Las llaves quedaron muy lejos de la mazmorra. Después de muchos intentos, las cogieron con la cuerda y pudieron salir del calabozo. Xenel pensó que el carro estaría en los establos y sigilosamente se dirigieron hacia allí. Tal y como habían presentido los caballos y el carruaje estaban en las cuadras.
Salieron a pleno galope del castillo, pero se encontraron a unos soldados a las puertas de la ciudad y lucharon con ellos. En el combate, Vanac fue herido en el hombro y Groder, el otro soldado aliado, en el pecho. El príncipe, Xenel y Fíniler eran buenos espadachines y vencieron a sus enemigos. Para que el monarca de aquel país no se enterase de su huida secuestraron a los soldados para encerrarlos en las cárceles de su reino.
Consiguieron salir de la nación atravesando unos montes al este del país a temperaturas bajo cero y diferentes paisajes (bosques, llanuras, ríos…) para no encontrar a la guardia fronteriza. El viaje hacia la corte duró quince días porque aunque llevaban caballos el itinerario que siguieron fue más largo.
La llegada a la corte había sido comunicada por Fíniler, que había salido en uno de los caballos una noche lluviosa hacia palacio
  Llegaron extasiados por el largo viaje y la complejidad de la misión. El pueblo  lo recibió como héroes y a partir de ahí todo fue fiesta y jolgorio. Los banquetes eran rituales y todos los cantantes y bailarines se reunieron en el castillo para celebrar el regreso de Martrur. La mujer de Xenel, Svala, también estuvo allí presente. Todo el reino se enteró de que el príncipe había sido salvado por dos valientes y astutos gnomos. Xenel y Vanac recibieron la recompensa prometida y dos casas en la corte aunque ellos prefirieron seguir con su tranquila vida en el bosque y disfrutar de la naturaleza que había en el precioso reino donde vivían e ir allí solo de vez en cuando para visitar a la familia real.

  Volvieron a casa unos días más tarde. El príncipe les agradeció todo lo que habían hecho por él y terminaron haciéndose buenos amigos.

                                          Samuel de la Prida, alumno de 1º ESO B. 


“MARIPOSA MONARCA”
     Como cada día, desde hacía cinco años, me levantaba al amanecer no solo por el placer de ver el alba, aquellos instantes que tanto me gustaban, sino para prepararme para mi rutina diaria.
  
    En el tres de este mes, octubre de 1970, el clima era frío y húmedo como la brisa matutina. Me levanté un poco más tarde que de costumbre, el sol habría salido hace unos diez minutos aunque aún punteaba en el horizonte aquella estrella que despertaba conmigo. Tenía un trabajo, no muy bien pagado, ni tampoco muy seguro: trabajaba en un psiquiátrico con fama no muy agradable, pero aun así a mí me era indispensable para salir adelante con mi familia. Llegué en cuarenta minutos exactos, a pie, por supuesto.  Aquel lugar parecía realmente un presidio y hacía al menos diez años que no se pintaba la fachada;cristales rotos,abundantes pintadas... además de estar en una constante penumbra, ya que se situaba bajo unos enormes árboles, parte de un oscuro y tétrico bosque, en el cual varios testigos aseguraron ver engendros deformes que se lamentaban, aterrando a todos los que se atrevían a pasar por aquella siniestra espesura, e incluso habían ocurrido acontecimientos, como el de los tres hombres que aparecieron descuartizados, con unas marcas en la piel que parecían sacadas de un libro de brujería, motivo por el cual nadie había pisado aquel lugar desde entonces, tan solo los pocos que se atrevían a trabajar en el edificio en el que yo lo hacía. Éramos tan solo quince personas, cuyos nombres prefiero mantener en el anonimato, y cincuenta enfermos, cifra que variaba constantemente, ya que muchos morían, la mayoría suicidados. Otros muchos entraban, llegados de todas partes del país y traídos por familiares. El más peligroso era el de la sala uno, había matado a sus padres, y más tarde se había comido los dedos índice de las víctimas. Los quince trabajadores temíamos a aquel joven de poco más de veinte años que se había cobrado la vida de sus progenitores de una forma tan espeluznante. Todos estaban sobrecogidos por aquel muchacho, pero un cuatro de octubre empezaría a conocerlo, y a darme cuenta de lo que se esconde en la mente de un demente de temprana edad.


   Al día siguiente me asignarían al muchacho, decidí que lo haría, y que si pudiese conversar con él quizás averiguaría algo sobre su subconsciente y el por qué de su comportamiento. Ese mismo día, cuatro de octubre, decidí hablar con él, me situé en un espacio menor al suyo, el cual poseía un cristal de diez centímetros de grosor, éste no estaba demasiado limpio. Nunca antes había estado en la sala de máxima seguridad, en la que aparentemente, se había invertido más presupuesto que en todas las demás juntas, y en la que, además de aquel grueso cristal, se encontraba una cama perfectamente acomodada, un pequeño armario, y una silla de madera que estaba inmaculada junto con los otros muebles de la sala. Me pareció sorprendente aquella estancia que aparentaba una habitación corriente. Cuando él me vio, lo primero que hizo fue decirme “hola”. Y siguió con lo que tenía entre manos, parecía que estaba haciendo una figura con un cordón de un zapato,y me pregunté de dónde lo habría sacado,así que me contestó:

-Tengo que irme.

    Esas tres palabras fueron las únicas que salieron de su boca antes de salir corriendo en dirección al edificio en el que se encontraba su hogar, también me percaté de que en la mano izquierda, en el dedo índice colgaba la mariposa que había hecho.
    La lluvia cesó, y me dirigí a mi lugar de trabajo. Allí estaba Víctor, sentado en su silla habitual, con su mariposa en la mano. Le pregunté a mis compañeros de trabajo por lo sucedido, pero ellos contestaron que no habían visto nada, que la puerta de la sala no había sido abierta, y que una de las trabajadoras estuvo vigilando. Fui a hablar con Víctor, aún no le había visto la cara, ya que cuando hablaba con él inclinaba la cabeza hacia abajo, y en el bosque estaba demasiado oscuro. Nuestra breve conversación diaria comenzó: le pregunté por el paraguas, y él me dijo que no me había llevado nada. En ese momento pensé que podría haberme equivocado, y que no hubiese sido él, o que incluso me lo hubiese imaginado, pero me acordé de que tenía la prueba, el paraguas, colgado del perchero de la entrada. Me dirigí hacia él, pero no estaba: el paraguas había desaparecido. Pensé que no era posible, lo había tenido entre las manos unos diez minutos atrás, ¿qué habría pasado?
Escuché una voz a mi espalda, que decía suavemente:

-Estás loco.

    Me giré rápidamente, pero no había nadie detrás de mí, pensé que mi mente me jugaba una mala pasada, y decidí pasar del tema, al menos por un momento. Decidí tomarme el resto del día libre a lo que extrañamente me dieron consentimiento. Salí corriendo hacia mi casa. El bosque parecía más lúgubre, más oscuro. El camino se iba borrando a medida que avanzaba, el bosque era más espeso, y tras correr más de lo normal llegué a mi casa, o mejor dicho, a lo que era mi casa. Un descampado ocupaba el terreno en el que antes vivía, me aterrorizó la idea de haberme quedado sin un lugar para residir. ¿Y mi familia,que habría pasado con ella? Volví corriendo lo más rápido que mis piernas me permitían hacia el hospital, sabía que Víctor tenía algo que ver con todo esto. El centro estaba extraño, pero no me paré a contemplarlo, debía averiguar lo que le había pasado a mi familia y a mi casa.

  Levantó la cara lentamente y una sonrisa aterradora la inundó su cara. Me contestó súbitamente: 

     -Tengo que irme.

   Esas tres palabras fueron las únicas que salieron de su boca antes de salir corriendo en dirección al edificio en el que se encontraba su hogar, también me percaté de que en la mano izquierda, en el dedo índice, colgaba la mariposa que había hecho.

    La lluvia cesó, y me dirigí a mi lugar de trabajo. Allí estaba Víctor, sentado en su silla habitual, con su mariposa en la mano. Le pregunté a mis compañeros de trabajo por lo sucedido, pero ellos contestaron que no habían visto nada, que la puerta de la sala no había sido abierta, y que una de las trabajadoras estuvo vigilando. Fui a hablar con Víctor, aún no le había visto la cara, ya que cuando hablaba con él inclinaba la cabeza hacia abajo, y en el bosque estaba demasiado oscuro. Nuestra breve conversación diaria comenzó: le pregunté por el paraguas, y él me dijo que no me había llevado nada. En ese momento pensé que podría haberme equivocado, y que no hubiese sido él, o que incluso me lo hubiese imaginado, pero me acordé de que tenía la prueba, el paraguas, colgado del perchero de la entrada. Me dirigí hacia él, pero no estaba: el paraguas había desaparecido. Pensé que no era posible, lo había tenido entre las manos unos diez minutos atrás, ¿qué habría pasado?
Escuché una voz a mi espalda,que decía suavemente:

-Estás loco.

    Me giré rápidamente, pero sabía que me jugaba una mala pasada, y decidí pasar del tema, al menos por un momento. Decidí tomarme el resto del día libre, a lo que extrañamente me dieron consentimiento. Salí corriendo hacia mi casa, el bosque parecía más lúgubre, más oscuro. El camino se iba borrando a medida que avanzaba, el bosque era más espeso,y tras correr más de lo normal llegué a mi casa, o mejor dicho, a lo que era mi casa.Un descampado ocupaba el terreno en el que antes vivía, me aterrorizó la idea de haberme quedado sin un lugar para residir. ¿Y mi familia, que habría pasado con ella? Volví corriendo lo más rápido que mis piernas me permitían hacia el hospital porque sabía que Víctor tenía algo que ver con todo esto. El centro estaba extraño, pero no me paré a contemplarlo. Debía averiguar lo que le había pasado a mi familia y a mi casa,y solo aquel joven podría darme las respuestas que buscaba.
 
     Llegué extasiado,jadeando y sudoroso. En la habitación estaba él, Víctor, que aparentemente no había salido de allí desde que tiempo atrás entró en ella,ya no tenía esa mariposa de cuerda con la que jugueteaba. Lo primero que le pregunté era dónde estaba mi familia, a lo que me contestó que yo era el que había acabado con sus vidas. Me estaba poniendo muy nervioso, me sudaban las manos y el corazón me latía más fuerte de lo normal. Ese fue el instante en el que el chico levantó la cara lentamente y una sonrisa aterradora inundó su cara, parecía tener las mejillas rajadas y los ojos parecían dos cuencas vacías,que poco a poco, fueron tornándose de un color rojo intenso. Su sonrisa empezó a disminuir, sus ojos a volverse normales, y por un momento me pareció verme a mí mismo en aquel rostro espeluznante. Era yo, se estaba transformando en mi cara,en mi cuerpo,en mi voz.

-¿Quién es el loco ahora?

    Dijo mi cara que poco a poco sonreía. Empecé a notar un quemazón en la mano con la que sostenía el cordel con forma de insecto, y mis manos fueron tornándose transparentes, al mismo tiempo que perdía el conocimiento.

    Desperté al amanecer, no era el mismo sol de siempre, estaba en una casa, con las manos ensangrentadas, mi estatura había disminuido, y poseía una mariposa en un frasco de cristal, también ensangrentado, Miré alrededor, y vi dos cuerpos, una pareja adulta, los cuales habían sido descuartizados y a los que les faltaba el dedo índice de la mano izquierda. Me volví a marear, esa vez me golpeé fuertemente contra el suelo. Me desperté en una cama, pensé que estaba de nuevo en casa, pero no, estaba en la habitación de Víctor. Tenía la boca resquebrajada como si fuese una continuación de los labios y una cuerda en el dedo índice de la mano izquierda. En ese momento supe el por qué era tan peligroso el chaval, pero pensé qué quizás solo fuese otro cuidador como yo que sufrió la misma suerte.

    Hoy estamos a cuatro de diciembre de 1985, solo quedan tres días para que envíen a alguien para examinarme, ha sido una estancia corta, pero seguro que al nuevo doctor le encantará estar aquí dentro, mientras tanto,voy a hacer una bonita figura, algo parecido a una polilla. ¡Ya sé,haré una preciosa mariposa monarca! La que colgaré de mi índice y borraré los dedos de las demás víctimas para que ellos no puedan poseer el precioso insecto.

- ¿Quién es el loco ahora, Víctor? ¿Quién es el loco ahora?

                                     Francisco José García Díaz, alumno de 3º ESO B.


                                                     Y LUCHAREMOS HASTA EL FINAL

   Como cada día, desde hacía cinco años, el soldado se levantaba al amanecer para cumplir su deber para con el régimen. Aún estaba exhausto por la jornada del día anterior, la boca le sabía a sangre y tenía la cabeza totalmente embotada. Se colocó su gastado uniforme que, al igual que sus ideales, había perdido ya todo el esplendor de antaño, se abrochó los cordones de las botas, uno de ellos manchado de rojo oscuro en la punta, y partió junto a sus demás compañeros al punto establecido donde comenzarían  la misión de “salvaguardar la buena imagen del régimen” que les habían encomendado.



*              *              *


  «Camaradas, ¡no pasarán! Sabemos para lo que estamos aquí, todos hemos venido libremente a luchar, ¡y lucharemos hasta el final! Ya no hay vuelta atrás, no hay lugar para la cobardía. Espero que todos y cada uno de vosotros esté liberado; libres de miedo, libres de ataduras, de opresiones. ¡Libres por fin! Recordad que no hay nada que perder. Llevamos demasiado tiempo silenciados, angustiados bajo las ataduras de la vida mundana, asfixiados por factores externos e internos que ya no volverán a coartarnos nunca más. ¡Nunca más! El hambre, la necesidad nos subyugaba, y también la opresión del régimen que nos quitó nuestra preciada libertad, que nos arrebató nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Éramos libres hasta que nos encerraron en esta fosa. El miedo nos atenazaba, pero tal y como vino ese miedo, de igual forma puede irse. ¿No os parece? Nuestros cuerpos sucios y desmadejados aún pueden oponer resistencia. Os puede parecer imposible, pero hay que tener fe, y no fe en ese falso dios que pretenden salvaguardar. Pues, ¿dónde está su dios? Con él irán cuando caiga sobre ellos el peso de nuestra furia contenida, si es que tanto creen en él. Camaradas, somos hombres, y como hombres tenemos que creer en algo. ¡Creamos en nuestra empresa! ¡Por la libertad! ¡Por un futuro mejor para aquellos que se han quedado esperando! Aquí estamos todos: hombres, mujeres y niños, no importa la raza o el sexo, da igual la orientación sexual o el nivel de riqueza, todos venimos por lo mismo y con un mismo objetivo. Os repito que no hay vuelta atrás. Tal vez mis palabras sean duras, pero más duros han sido los crímenes cometidos en nombre de un dictadorcillo de tres al cuarto y un dios al que muchos que lo defienden se saltan a la torera. Aunque nunca hay que confiarse, el muy cabrón ya nos ganó una vez. Nos pilló con la guardia baja, pero eso no se volverá a repetir. ¿Y sabéis por qué? Los golpes, las balas ya no deben importarnos, pues no pueden hacernos nada; quedarán aplastados bajo el peso del ansia de libertad. ¿No lo veis? Teníamos una vida por la que luchar, pero esa vida nos fue arrebatada cruelmente. Ellos son aún prisioneros de su vida egoísta, prisioneros del vicio, de la ambición, son prisioneros de ellos mismos y pretenden encerrarnos a nosotros en su propio saco, creyendo que así podrán salvarse. Muchos decidimos luchar por nuestras ideas, pero muchos otros se vieron obligados, fueron atacados, y todos tuvimos que marchar al frente. Al perder nuestras vidas perdimos algo más, perdimos el miedo y ganamos un objetivo único, un ideal que mueve nuestros gastados huesos, un ideal por el que vamos a luchar. Espero que todos estéis conmigo ahora, ya que no hay alternativa. La suerte está echada y, camaradas, podemos inclinar la balanza a nuestro favor.
       
     Mirad allí, ¿podéis escuchar las voces? Nos están llamando. Se acercan, e iremos a por ellos. Me siento orgulloso de haber estado aquí con vosotros, habéis sido unos compañeros dignos de todo bien, espero poder compartir el mayor tiempo posible con vosotros en el frente. Llega la hora de la verdad, ya los siento, camaradas, siento su calor viniendo hacia nosotros. Están aquí, y no vienen solos, con ellos vienen refuerzos que se unirán a nosotros en nuestra lucha. La guerra no está perdida, mientras conservemos nuestras ganas de luchar aún habrá esperanza para todos aquellos que han perdido la suya. Notad la puerta abriéndose, sentid cómo la luz baña vuestra piel. ¡Un rayo de sol! ¡No tengáis miedo, nuevos compañeros se unen a nosotros! Camaradas, es el momento de luchar, ¡y lucharemos hasta el final! Y hasta en el fin de los finales, ¡seguiremos luchando!»

   Era una mañana soleada, y los soldados falangistas se desplazaban en un furgón militar que despedía un extraño olor, confundido por el humo que vomitaba el tubo de escape del vehículo y la polvareda que levantaba la tracción de las ruedas sobre el seco camino de tierra. Aquellos hombres uniformados se sentían hastiados, algunos hasta asqueados por la labor que les había sido encomendada desde arriba. Pero eso no importaba, era su deber y debían cumplirlo por el bien del régimen. Además, ¿no cometían los rojos crímenes similares? Uno de ellos se preguntaba si tenía sentido tanta muerte, si de verdad estaban justificadas sus acciones. Pero claro, ya no había alternativa, habían tomado una decisión y tenían que acatarla.
   El furgón se detuvo frente a una explanada aparentemente desierta, aunque todos ellos sabían que eso no era así. Bajaron todos de la furgoneta y se dirigieron a la parte de atrás del vehículo. Ese olor… Al soldado se le habían puesto los pelos de punta. Siempre había tenido fama de ser el blando del pelotón, el único que se atrevía a cuestionar en voz alta acciones cuya puesta en duda podría hacer mandar ajusticiar a otros que no estuvieran en su condición. Pero había sabido rodearse de quien debía, y por eso se había mantenido con vida y, aún siendo un “blando”, gozaba todavía de cierto respeto entre sus compañeros. Tomó una pala y se dirigió junto con algunos soldados más a una parte del terreno justo detrás del furgón donde la tierra estaba algo removida. Él más que nadie era consciente de la situación, de por qué les habían mandado allí. Por eso no se sorprendió cuando del furgón empezaron a sacar los cadáveres de hombres, mujeres e incluso niños, todos con una equis roja en su piel sucia y blanquecina debido al efecto de la cal sobre la carne muerta.
Comenzaron a cavar, y rápidamente destaparon la fosa común en la que había cientos de cadáveres, muchos de ellos ataviados con uniforme militar, y uno en especial, al que ni siquiera le habían quitado la boina roja que cubría su cabeza y de la que brotaba un hilo igualmente rojo seco desde hacía tiempo, el pecho lleno de insignias y medallas y una expresión fuerte en su frío rostro. Se ve que estos cadáveres eran recientes, y ese en especial le llamó la atención al soldado, le pareció que sus ojos muertos lanzaban chispas y le miraban con odio, como si llevaran mucho tiempo queriendo abandonar aquel lugar, echándole la culpa de la vida que le había sido arrebatada. A veces les envidiaba, se decía, ellos eran libres ahora, libres de las ataduras de la vida mundana y libres del miedo que atenazaba a toda persona. Aunque nunca lo confesó a nadie ni a él mismo, incluso por unos fugaces momentos llegó a desear  reunirse con ellos.
    Cuando los nuevos cadáveres se unieron a los que serían sus nuevos compañeros y la tierra hubo sellado aquella convivencia para siempre, el soldado se detuvo un momento frente a todos ellos. Alguien había colocado una tabla al lado de la fosa común, alguien que seguramente conociera la suerte que habían corrido los que allí descansaban eternamente. Al soldado le sacudió un escalofrío cuando leyó las palabras que estaban garabateadas a modo de cita sobre la madera carcomida: “Lucharemos hasta el final, y hasta en el fin de los finales, seguiremos luchando”.
                                                             
                          Miguel Ángel García Torres, alumno de 1º Bachillerato A. 



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